miércoles, 23 de diciembre de 2009

Almas de tinte rojo y verde

Por estas fechas podemos encontrar en los supermercados, locales en general, centros de atención al cliente, etc. miles de góndolas con bolitas para el árbol, dulces de todo tipo, cosas que cuelgan de los colores navideños (verde y rojo), stickers con papá noel y todo tipo de pesebre, incluso algunos siniestros. También están las calles adornadas con luces en forma de estrella fugaz o conos luminiscentes que simulan árboles de navidad en las plazas y además se permite el estacionamiento en avenidas hasta pasadas las fiestas.


No podemos olvidarnos de todas las publicidades, regalos de fin de año a nivel empresarial, tarjetas o mails con los saludos de familiares lejanos, y por supuesto, la programación televisiva colmada con películas navideñas como, la trilogía de Mi pobre angelito, o los Fantasmas de la navidad y sin olvidarnos de El Grinch.


Estos movimientos, en vano, por instaurar el espíritu navideño me hizo dar cuenta de que las fiestas son situaciones traumáticas para la gente. ¿A cuántas personas hemos oído decir: “Yo me pego cada embole en la navidad” o “Las fiestas me deprimen”? (me incluyo en esta última). La humanidad se vuelve más intolerante para las épocas de fin de año. Comencé pensando que era alguna maldición de parte de Papá Noel, pero desistí rápidamente (casi a los cuatro años). Luego entendí que era posible que los turrones que se exponen en los comercios estuvieran vencidos porque, “nunca pueden venderse todos” -pensaba- entonces alguna bacteria o virus se gestaba dentro y producía alucinaciones en forma conjunta con alteraciones del estado anímico y en algunos casos diarrea severa.


Con el correr de los años comprendí que esta hipótesis también era falsa, entonces como no deseo fracasar con una nueva conjetura, decidí retroceder a una etapa de absoluta observación, un análisis descriptivo de cada situación, he aquí algunos datos recolectados:


Transitar en auto por las calles es comparable al mismo infierno, un tránsito lento y descuidado que limita con lo negligente. Sumado a esto, el calor no ayuda a que los que queremos ir rápido estemos calmos esperando a que el señor de adelante decida apretar el acelerador de su vehículo. Como si esto fuera poco, los peatones tienden a cruzar en cualquier sentido y de cualquier manera, en diagonal, recto y después en diagonal, charlando con otro, etc. un tipo de suicida que deja su suerte librada al azar o a un conductor iracundo.

En otra escala, está el comprador, ese que espera a que sea 23 de diciembre para realizar las 134 compras que tiene que hacer para sus amigos y familiares, entonces camina de manera alterada, dando pequeños y veloces pasos y con la mirada puesta en todos los lugares a la vez. Este consumidor tardío se encuentra apurado, como si se estuvieran acabando los productos que él necesita o el mundo en si.


Rara vez encontremos a este tipo de humano en estado puro, por lo general se complementa con aquél que ha padecido el tránsito, siendo pasajero o simplemente conductor, lo que forja un ser violento, despeinado, con la mirada desorbitada y un reloj cucú en el orto que se le incrusta cada vez que pasan los minutos.


Ahora veamos un ejemplo concreto:


Yo estaba parado en una extensísima cola del Coto de Nuñez con Sergio, mi compañero de trabajo, con una suprema de pollo, un pepino y un tomate en las manos. De pronto una mujer de unos 60 y largos años irrumpe la fila protestando y vociferando “Esto no puede ser, como es posible que haya tan pocos cajeros, justo en las fiestas”. La miré pasar delante de mío con desprecio y divisé su próxima jugada. Su intención era pararse frente a una caja que estaba por abrir y así lo hizo, sin contemplar que la cajera iba a llamar a los que estábamos en otras filas, porque la cola del supermercado no es la ley de la selva, hay ciertos códigos que respetar. La chica de la caja velozmente denotó la maniobra a realizar por esta mujer y le dijo: “Señora no se quede parada acá porque voy a llamar a la gente que esté en la cola”, pensé: “Uno a cero” y después “Tomá viejaa!”.


La cajera nos llama y pasa primero un pelado, luego otra señora mayor y después Sergio y yo. El hombre de cabello arremangado tenía dos cajas navideñas las cuales tenían precintos (así las embala Coto) que con dos tijeretazos la empleada corta a lo que el hombre responde: “ehh, ¿Porqué me cortás los precintos? Ahora se me puede caer todo!”.

C: “Señor, los corto para poder revisar el contenido de las cajas, para que no le falte nada”

P: “Si, pero ahora como las cargo, se me va a salir todo”

C: “Señor, el precinto es sólo para que no se abra la tapa, nada más”

La conversación duro entre siete y diez minutos, el pelado estaba realmente enojado y hablaba a los gritos por una situación que valía dos mangos.


Luego de un tiempo y refunfuñando el hombre se retira del supermercado. Yo, habiendo pasado el show, comienzo a hablar con Sergio.


A los pocos minutos escucho que la señora (cada segundo que pasa me voy convenciendo más de que era una bruja) que estaba detrás del pelado gritaba con una voz ronca y profunda: “¿Cómo puede ser? Tan pocos cajeros y hoy es 23”

C: “Lo que pasa señora es que no todos entramos a la misma hora”

V.B: “Y bueno, entren todos juntos, tienen que atendernos a nosotros!!”

La mujer mayor, estaba realmente alterada porque su reloj cucú se le encajaba cada vez más en las posaderas y parecía que eso le hacía hervir la sangre, por lo que tratando de distender la situación y de dar a conocer que la cajera mucho no podía hacer, digo: “Bueno tratemos de poner un poco de espíritu navideño”. La mujer giró vorazmente hacia mi y con los ojos embravecidos me dijo: “¿Qué? ¿Espíritu navideño? ¿Vos te cocinás?”

Y: “Si, yo me cocino”.

V.B: “Si, si, claro”.

Y: “Señora, vivo solo, si no me cocino mi estómago se termina comiendo a sí mismo”.

V.B: “(volteando hacía la salida) Espíritu navideño, ponelo vos el espíritu navideño…”.


La vieja bruja se retira del supermercado y por un momento se hizo un silencio profundo, la cajera y yo nos miramos y ésta termina diciendo: “Yo ya esperaba el carterazo”.


Más allá de lo que signifique o no las fiestas, de los conductores violentos, de los esfuerzos por colmar nuestras vidas de adornos navideños y turrones caducos o relojes cucú en nuestros anos, demos importancia a que nos estamos reuniendo con la familia y con amigos, nuestros seres queridos para festejar algo, no importa qué, festejar y afectos son palabras que nunca pueden lograr una mala combinación.