lunes, 25 de mayo de 2009

Escarchada pasión

Terco camina de un lado al otro de su morada, tomándose la cabeza con sus grandes manos, frotándoselas por la cien como intentando sacarse una imagen o una idea de su mente.


Gruñe, golpea las paredes, algo lo atormenta pero no distingue bien qué es.

Aprieta sus filosos dientes, gruñe una vez más, sus enormes brazos se tensan.

No sabe si es su presente o su pasado lo que lo hostiga, toma una mesa y la demuele contra su cuerpo y esta vez la furia del estruendoso grito que lo sigue asusta a los animales del bosque que se alejan temerosos del castillo. En medio del monte solo quedan los paredones de piedra acompañados por una densa neblina que entorpece su visión del mundo desde las torres.


Se mira en el espejo y se reconoce, pero no del todo, o no tanto como se recuerda, qué cambió es la gran incógnita que le hace hervir su sangre, aquella que le quita el sueño. No le gusta su presente pero también reniega de su pasado, se encuentra en una dualidad que hace que pierda el control.


Se sienta en un viejo sillón, refunfuñando con su voz profunda y gruesa, tomando con cada mano un apoyabrazos. Trata de analizar con calma lo que sucede, pero el júbilo se apodera de él nuevamente y despedaza al mueble con un simple movimiento.

Los objetos son presa fácil para un monstruo de dos metros y medio de alto y de casi cuatro toneladas de peso, sólo aquél castillo corroído ofrece una contundente resistencia.


Se encuentra solo en el medio de la noche, como también así sucede durante el día y la tarde, sabe que su vida es un camino que solo él construye a cada paso, alejado de todo y de todos.

Se siente diferente, se piensa diferente, pero no encuentra una marca del pasado que le indique el por qué de su cambio. No es el primer monstruo de un bosque y de seguro tampoco será el último pero aquella soledad ahonda a su angustia.


Trata de convencerse pensando que las cosas por algo suceden, como si tuvieran un propósito al final del túnel que le de bienandanza y alegría, pero ha pasado un largo tiempo remojando sus lamentos en esta frase y ya ha perdido casi todo el valor.


Momentos de su juventud aparecen entrelazados con su consciencia, recuerda haber descendido de lo más alto del volcán buscando un refugio, buscando un lugar dónde descansar y alimentarse. Fue allí dónde encontró el castillo abandonado, fue allí dónde comenzó a crecer, a conocer la naturaleza que lo rodeaba, a descansar sobre las plantas del Pendurio y a pasar noches conversando con la luna. Pero nuevamente se entristece, frunce el seño y emite un alarido desgarrador como si quisiera alejar sus malos pensamientos.


Cae arrodillado al suelo haciendo temblar el bosque, con los brazos extendidos y sus manos abiertas tocando el oscuro y pedregoso suelo. Inclina la cabeza y cierra sus ojos, piensa en el dolor que le causa la vida, el estar solo y desconocerse a si mismo.


El único sentimiento que controla su vida es la ira, el tiempo solo lo endureció más y más e hizo que se convirtiera en un verdadero leviatán hostil. Creía que para no sufrir la soledad ni el rechazo que le causaba a los seres vivos debía eludir sus emociones y sus pasiones, pero lo que no daba cuenta era que solo ahogaba a su corazón.


De esta forma logró por un largo tiempo convencerse de estar “bien”, pero ¿Si solamente bien no alcanza? La realidad es que necesitaba estar espléndido para ser feliz.


Al entender esto eleva sus brazos y enseña un bramido seco y ensordecedor, más largo que los anteriores y más intenso que nunca. Vuelve a rendirse sobre el piso, sus manos están cerradas, como sus ojos y su alma.


Desde una esquina una comadreja impulsada por curiosidad y por saber de dónde provenían esos ruidos, entra en la habitación del monstruo y se posa sobre su brazo. Se sentía más pequeña que de costumbre, casi insignificante frente a aquél poderoso fenómeno.


El monstruo abre sus ojos y se encuentra con aquella comadreja que no le tiene miedo, que no escapa de él y que además le ofrece una demostración de cariño rozándole su suave y aterciopelado lomo por la mano. Aquél engendro se pone en pie tomando al animal con sus dos manos, con extremo cuidado, como una pieza de cristal. Lo mira con detenimiento y sonríe, se da cuenta de por más solo que esté en el mundo siempre va a haber alguien que quiera acompañarlo, que no le tema y que por sobretodo derribe las murallas que le impiden sentir, para así salvar a su viejo y asfixiado corazón.

lunes, 11 de mayo de 2009

El Poli-Ladrón

Después de varios años de reflexión acerca de mi vida entendí que muchas de las historias las cuales cargo en la memoria en su momento generaron algún sentimiento negativo, como decir, odio, angustia, temor, etcétera.
Pero también es verdad que al mirar estos episodios desde el ahora me surge alegría o emoción, entre otras.

Lo que les voy a contar sucedió hace algunos años, digamos tres. Habíamos organizado para ir a jugar al fútbol al Poli¸ ubicado en la calle Cramer al 3249 del barrio de Núñez.
Recuerdo que estaba mi hermano, Juan Pablo, Federico, Julián, el Conde y algunos misceláneos.
Federico fue el encargado de reservar la cancha y como llegó tarde nos dijimos a nosotros mismos “No sabemos cuánto es, Fede organizó todo”, así que comenzamos el partido pensando que una vez finalizado el encuentro abonaríamos lo pactado.

Luego de una hora y algunas monedas temporales más, decidí a causa de mi impaciente sed ir directamente al bar del recinto para comprar una Gatorade, mientras tanto, Juan Pablo, el Conde, Federico y Christian fueron a pagar.

Con mi botella en la mano y mi cuerpo un poco más calmo e hidratado me acerqué a la administración (una especie de pecera cuadrada gigante), pero al llegar noto que hay una especie de forcejeo verbal entre mis compañeros y el encargado del lugar.

A Federico, cuando llamó por teléfono, le dijeron que la cancha estaba $60 y el responsable del Poli decía, mostrándonos un folleto, que el costo era de $90.
Intentamos hacerle entender a este pobre diablo que a nosotros nos habían indicado que el valor era de $60 y que no nos importaba el papel que nos estaba mostrando, pero la postura “cocórea” (de cocorito) de este señor nos comenzó a impacientar.

Finalmente Federico recordó que una tal Natalia nos había dicho ese precio a lo que el encargado respondió “Es un error de Natalia yo no tengo nada que ver”.
La situación se ponía más y más tensa, sobretodo cuando nos quiso echar de la pecera.
En ese instante me acuerdo que Christian le dijo “A ver, intentalo”, ahí mismo el hombre retrocedió a protegerse tras el mostrador.

Decidimos salir de la administración para pensar qué era lo que debíamos hacer, cuando no sé porqué, si fue producto de nuestro inconsciente más violento o de un demonio que nos introdujo el tridente en el trasero, pero comenzamos a insultar al responsable del lugar, a lo que respondió, nuevamente con un tono corporal amenazador a salir de la pecera para pelear, pero Dios lo hizo entrar en razones y se dio cuenta de que con diez hombres embravecidos no era negocio optar por esa postura y con el rabo entre las patas, o el traste fruncido retomó el esquema del mostrador-escudo.

Mientras tanto, yo fuera de mi, llamé al 911 y ni bien me atendieron dije estas textuales palabras “Necesito que vengan a apresar ya mismo a…Cuál es su nombre?..Pedro Giardelli por no cumplir con la ley comercial número 19655 y realizar una actividad de estafa”.
No sé que fue lo que me llevó a decir esto, sobretodo cuando el número de ley era inventado pero confiaba en que la gente del 911 tenga menos idea que yo.

A los cinco minutos, siete como máximo, desde la puerta de la pecera veo que paran dos patrulleros, de los cuales bajan cuatro agentes de la policía, por lo que rápidamente atravesé el estacionamiento para captar su atención primero.
Mientras hacía esto logro entender quien está a cargo del “operativo” por lo que me dirijo directamente a él, leo su placa, le extiendo la mano y le digo “Cómo le va oficial Sánchez…Tomás Di Guardia, ex personal de la Armada”.

Mientras caminamos hacía la administración gano la confianza de Sánchez diciéndole “El encargado del recinto nos quiere cobrar un precio diferente al que acordamos en forma telefónica y como usted sabrá eso es ilegal de acuerdo a la ley comercial”, Sánchez solo asentía con la cabeza.

Llegamos a la pecera y Pedro Giardelli vestido con una fachada seria, casi elegante saluda a los oficiales que venían acompañándome desde la calle y comienza a explicarle lo que sucedía, una vez más mostrando el volante con los precios.

Sánchez se da cuenta de que el valor $60 si estaba en el panfleto pero correspondía a otro horario distinto al que concurrimos nosotros y dice “Acá dice 60 pesos, no podrá haber habido un error por parte de la chica que los atendió”, a lo que el encargado alegó “Si es un error, pero yo no tengo nada que ver, además ya pagaron, que vengan otro día y arreglen con Natalia”.

El mofletudo oficial respiró profundamente analizando la situación, pero Giardelli atacó de nuevo agregando “Además él – señalando a Federico – me dijo hijo de puta”.
Dramatizando, todos abrimos los ojos como si nunca hubiéramos usado una mala palabra en la vida y dijimos en conjunto “¿nosotros? Nooo, imposible”.
El encargado estaba furioso por nuestra respuesta pero Sánchez nos interrumpió diciendo “Gente, yo no creo que en una situación tensa ninguno haya dicho una grosería, pero eso lo vamos a ver después”.
Mientras tanto yo afirmaba lo que decía el policía con la cabeza como diciendo “por supuesto, es lo que yo pienso”.

El agente hizo una pausa como para meditar un poco más y preguntó “¿Usted es el encargado del lugar?”, a lo que Giardelli respondió "Si, soy el dueño”, “Perfecto” – dijo Sánchez – “Como usted es el responsable del lugar, también es responsable de las acciones de sus empleados, por lo tanto si hubo un error usted es quién debe hacerse cargo”. Creo que si lograba sonreír un poco más mi alma saldría por mi boca.

A todo esto, Giardelli sacó los $30 que habíamos pagado de más y me dijo “Tomá, está bien, yo me hago cargo” con un tono como si la ira estuviera hirviéndole la sangre. Sin dudarlo ni un instante le saqué la plata de la mano y le di el placer de conocer todos mis dientes.

Sánchez saluda a Giardelli, al resto de mis compañeros y finalmente se acerca a mi, le agradezco por su intervención a lo que el oficial responde con una guiñada de ojo.
Contentos comenzamos a retirarnos de la administración mientras que el encargado del lugar gritaba y decía pavadas como era de costumbre, yo mientras tanto río y trato de no escucharlo, pero una de esas oigo que me dice “Yo salgo a las 23, vení a esa hora si sos tan machito”, miro a los policías y lo señalo como haría Ñoño, faltaba “Míralo a él, míralo a él”.
Un instante después los agentes dejan el cuadrado de vidrio, yo giro vertiginosamente y tomo del brazo a Giardelli y le digo en voz baja, “Decí que hay cuatro canas acá, sino te arranco la cabeza”.

Al salir de ahí cada uno se subió a su coche y se marchó entendiendo que esta vez si habíamos salidos victoriosos contra la injusticia esperando contar con la misma suerte para los próximos Giardellis que se nos crucen en el camino.