miércoles, 23 de diciembre de 2009

Almas de tinte rojo y verde

Por estas fechas podemos encontrar en los supermercados, locales en general, centros de atención al cliente, etc. miles de góndolas con bolitas para el árbol, dulces de todo tipo, cosas que cuelgan de los colores navideños (verde y rojo), stickers con papá noel y todo tipo de pesebre, incluso algunos siniestros. También están las calles adornadas con luces en forma de estrella fugaz o conos luminiscentes que simulan árboles de navidad en las plazas y además se permite el estacionamiento en avenidas hasta pasadas las fiestas.


No podemos olvidarnos de todas las publicidades, regalos de fin de año a nivel empresarial, tarjetas o mails con los saludos de familiares lejanos, y por supuesto, la programación televisiva colmada con películas navideñas como, la trilogía de Mi pobre angelito, o los Fantasmas de la navidad y sin olvidarnos de El Grinch.


Estos movimientos, en vano, por instaurar el espíritu navideño me hizo dar cuenta de que las fiestas son situaciones traumáticas para la gente. ¿A cuántas personas hemos oído decir: “Yo me pego cada embole en la navidad” o “Las fiestas me deprimen”? (me incluyo en esta última). La humanidad se vuelve más intolerante para las épocas de fin de año. Comencé pensando que era alguna maldición de parte de Papá Noel, pero desistí rápidamente (casi a los cuatro años). Luego entendí que era posible que los turrones que se exponen en los comercios estuvieran vencidos porque, “nunca pueden venderse todos” -pensaba- entonces alguna bacteria o virus se gestaba dentro y producía alucinaciones en forma conjunta con alteraciones del estado anímico y en algunos casos diarrea severa.


Con el correr de los años comprendí que esta hipótesis también era falsa, entonces como no deseo fracasar con una nueva conjetura, decidí retroceder a una etapa de absoluta observación, un análisis descriptivo de cada situación, he aquí algunos datos recolectados:


Transitar en auto por las calles es comparable al mismo infierno, un tránsito lento y descuidado que limita con lo negligente. Sumado a esto, el calor no ayuda a que los que queremos ir rápido estemos calmos esperando a que el señor de adelante decida apretar el acelerador de su vehículo. Como si esto fuera poco, los peatones tienden a cruzar en cualquier sentido y de cualquier manera, en diagonal, recto y después en diagonal, charlando con otro, etc. un tipo de suicida que deja su suerte librada al azar o a un conductor iracundo.

En otra escala, está el comprador, ese que espera a que sea 23 de diciembre para realizar las 134 compras que tiene que hacer para sus amigos y familiares, entonces camina de manera alterada, dando pequeños y veloces pasos y con la mirada puesta en todos los lugares a la vez. Este consumidor tardío se encuentra apurado, como si se estuvieran acabando los productos que él necesita o el mundo en si.


Rara vez encontremos a este tipo de humano en estado puro, por lo general se complementa con aquél que ha padecido el tránsito, siendo pasajero o simplemente conductor, lo que forja un ser violento, despeinado, con la mirada desorbitada y un reloj cucú en el orto que se le incrusta cada vez que pasan los minutos.


Ahora veamos un ejemplo concreto:


Yo estaba parado en una extensísima cola del Coto de Nuñez con Sergio, mi compañero de trabajo, con una suprema de pollo, un pepino y un tomate en las manos. De pronto una mujer de unos 60 y largos años irrumpe la fila protestando y vociferando “Esto no puede ser, como es posible que haya tan pocos cajeros, justo en las fiestas”. La miré pasar delante de mío con desprecio y divisé su próxima jugada. Su intención era pararse frente a una caja que estaba por abrir y así lo hizo, sin contemplar que la cajera iba a llamar a los que estábamos en otras filas, porque la cola del supermercado no es la ley de la selva, hay ciertos códigos que respetar. La chica de la caja velozmente denotó la maniobra a realizar por esta mujer y le dijo: “Señora no se quede parada acá porque voy a llamar a la gente que esté en la cola”, pensé: “Uno a cero” y después “Tomá viejaa!”.


La cajera nos llama y pasa primero un pelado, luego otra señora mayor y después Sergio y yo. El hombre de cabello arremangado tenía dos cajas navideñas las cuales tenían precintos (así las embala Coto) que con dos tijeretazos la empleada corta a lo que el hombre responde: “ehh, ¿Porqué me cortás los precintos? Ahora se me puede caer todo!”.

C: “Señor, los corto para poder revisar el contenido de las cajas, para que no le falte nada”

P: “Si, pero ahora como las cargo, se me va a salir todo”

C: “Señor, el precinto es sólo para que no se abra la tapa, nada más”

La conversación duro entre siete y diez minutos, el pelado estaba realmente enojado y hablaba a los gritos por una situación que valía dos mangos.


Luego de un tiempo y refunfuñando el hombre se retira del supermercado. Yo, habiendo pasado el show, comienzo a hablar con Sergio.


A los pocos minutos escucho que la señora (cada segundo que pasa me voy convenciendo más de que era una bruja) que estaba detrás del pelado gritaba con una voz ronca y profunda: “¿Cómo puede ser? Tan pocos cajeros y hoy es 23”

C: “Lo que pasa señora es que no todos entramos a la misma hora”

V.B: “Y bueno, entren todos juntos, tienen que atendernos a nosotros!!”

La mujer mayor, estaba realmente alterada porque su reloj cucú se le encajaba cada vez más en las posaderas y parecía que eso le hacía hervir la sangre, por lo que tratando de distender la situación y de dar a conocer que la cajera mucho no podía hacer, digo: “Bueno tratemos de poner un poco de espíritu navideño”. La mujer giró vorazmente hacia mi y con los ojos embravecidos me dijo: “¿Qué? ¿Espíritu navideño? ¿Vos te cocinás?”

Y: “Si, yo me cocino”.

V.B: “Si, si, claro”.

Y: “Señora, vivo solo, si no me cocino mi estómago se termina comiendo a sí mismo”.

V.B: “(volteando hacía la salida) Espíritu navideño, ponelo vos el espíritu navideño…”.


La vieja bruja se retira del supermercado y por un momento se hizo un silencio profundo, la cajera y yo nos miramos y ésta termina diciendo: “Yo ya esperaba el carterazo”.


Más allá de lo que signifique o no las fiestas, de los conductores violentos, de los esfuerzos por colmar nuestras vidas de adornos navideños y turrones caducos o relojes cucú en nuestros anos, demos importancia a que nos estamos reuniendo con la familia y con amigos, nuestros seres queridos para festejar algo, no importa qué, festejar y afectos son palabras que nunca pueden lograr una mala combinación.


martes, 3 de noviembre de 2009

Macaco + Carolo = Macarolo

Esta historia comenzó hace unas semanas cuando estaba en la calle arreglando a mi camioneta, para quienes no saben, India.

Mientras mis manos se ennegrecían de grasa y aceite un camión rotoso se estacionó al lado mío, lo conducía un hombre de unos 50 largos años que me preguntó si la tenía en venta, a lo que respondí que si pero casi sin darle importancia.

El hombre se bajó del camión dejándolo en marcha y arremetió diciendo “Ah porque yo tengo en venta una Saveiro…”. Pensé un instante y le dije:

- Bueno podría traerla y la vemos, por ahí llegamos un acuerdo, ¿Cuál es su nombre?
- Macarolo, entendí.
- Mucho gusto Macarolo, Tomás es mi nombre.

La amena y extraña charla no se extendió demasiado, pero Macarolo tenía otros planes para mí, y por más que suene un tanto homosexual, él iba a entrar en mi vida, como si supiera que más tarde escribiría acerca de él. Pasados unos 20 minutos apareció este personaje con su camioneta que tenía para permutar en caso de que a mi me cerrara el trato.

La verdad es que estaba en buenas condiciones, y ahora si para los que conocen a India, saben que tampoco soy demasiado pretencioso.

Después de muchas idas y vueltas con Macarolo me encontré hoy a las 9 am en la Esso de Libertador y Corrientes. Estaba nervioso como una quinceañera, sobretodo porque era una jugada que nunca había hecho, ahí mismo yo firmaba un papel entregándole mi camioneta y él la suya.

Y así fue, pusimos los autógrafos correspondientes y desde ese momento tenía camioneta nueva y me desprendía de mi querida chata. Solo quedaba hacer la transferencia para tener la documentación a mi nombre, pero el único, y les aseguro, no menor detalle es que faltaba la verificación policial.

Macarolo me dijo: “Tomá, vayan a hacer la verificación y después se van a hacer la transferencia al registro”, extendiéndome su mano con las llaves de mi vehículo. Segundos más tarde agregó: “Lo que si ponele nasta que no tiene”.

Como la Saveiro estaba a nombre de la mujer de Macarolo la cargué junto con la Nafta y nos fuimos a hacer la verificación policial a la planta de Belgrano.

Luego de casi tres interminables horas y luchando contra el tiempo para poder llegar al registro y hacer la transferencia, un inspector se acerca a mi nueva camioneta a cumplir su rol.
Con una virulana en la mano raspa una chapa donde está el número de chasis, la mira con detenimiento, la raspa nuevamente, y me dice: “¿Vos sos el titular?”, a lo que respondo: “No, la señora”, señalando Marilú, la mujer de Macarolo.

Marilú es una peruana de unos 25 años de edad y que vive en la Argentina hace 10, pero al parecer no comprendió como vivimos acá, es más, creo que nunca comprendió qué es vivir. No entendía nada de lo que estaba pasando, y yo, tal vez, no quería entender.

Mientras tanto el inspector seguía raspando la maldita chapita y yo me preguntaba “¿Este tipo tiene alguna obsesión con la limpieza?”, la realidad es que los números se veían perfectos, o eso me parecía.

En un momento, me mira fijo, casi con una mirada cómplice la cual no supe decodificar hasta que le dijo a Marilú: “Me parece que ésta se queda acá, mami”, refiriéndose a la Saveiro.

Algo en mi cabeza cerró el circuito y comencé a entender que la situación se tornaba espesa, pero no era posible, no.

El inspector se fue unos instantes y volvió con un espejo y miró por detrás a la famosa y hasta ese momento desconcertante chapita y exclamó: “Bueno mami, la camioneta va a quedar secuestrada, ¿sabés?”. Atónito intentaba encontrarle una solución al escenario que se estaba planteando pero solo alcancé a decir: “¿Por qué?, a lo que el personal de la policía federal, acercándose a mi y por lo bajo respondió:
- Es trucha.
- No me digas!, y ¿ahora?, indagué
- Y bueno, se va a quedar acá y la señora va a quedar detenida.

Pellizcándome casi todas las partes del cuerpo e intentando despertar de aquella pesadilla, llegué a la conclusión de que estaba en serios aprietos. Y digo serios, porque me encontraba junto a una peruana que estaba siendo detenida, mi nueva camioneta secuestrada por la Policía Federal Argentina, y mi querida India pertenecía desde la mañana a Macarolo (eso declaraba el boleto de compra-venta).

Sin pensar demasiado y sin poder hilar una frase llamé a mi viejo y le dije (y todavía sin saber bien porqué): “Hola, llamame en dos”.

¿CÓMO EN DOS? ¿Acaso estaba perdiendo materia gris? No había tiempo para dos minutos, era una situación a controlar de manera inmediata.

Al poco tiempo, Marilú mientras se la llevaban detenida me dijo que llame a Carolo (que recién ahí supe que le dicen Carolo y no Macarolo). Disqué el número sin pensar mucho y dije:
- Hola Carolo, mire la camioneta al parecer es trucha, así que venga a la planta verificadora y por favor traiga el boleto de compra-venta que deshacemos la operación.
- ¿Qué? No puede ser, ya mismo voy a buscarlo al que me la vendió (porque él la había comprado hace solo seis meses).

Luego de media hora, mientras incomunicaban a Marilú, yo esperaba con mi viejo en la puerta del lugar, casi al borde de cortarme el miembro y ahorcarme con él, decidí volver a llamar a Carolo y avisarle la situación de su mujer.

- Hola Carolo, ¿Por dónde anda?
- Acá estoy saliendo para allá, en la casa del tipo este (el ex dueño) no hay nadie, así que en un rato llego.
- Está bien, trate de venir rápido porque su mujer está detenida.
- ¿Dete qué? Ya llego, ya llego.
- No se preocupe, yo lo espero, y por favor no se olvide de traerme el boleto de compra-venta.
- Quedate tranquilo, pa.

Luego de unos 40 minutos apareció Carolo con su hija en brazos, porque no pudo dejarla con nadie, le conté la situación y lo acompañé hasta donde se encontraba confiscada su mujer, pero no veía que trajera nada en sus manos, salvo a Lucía.

Temblando y con una gota de sudor rozando mi cara le pregunté:

- Me trajo…
- (Carolo interrumpiendo) Si, ¿Es esto lo tuyo?, sacando un papel arrugado del bolsillo del pantalón.
- Lo abrí con la alegría que abriría un cofre un pirata, sonreí, se lo mostré a mi viejo, el cual con detenimiento lo analizó y rompió delante de nuestros ojos.

Está claro que Carolo (o Macarolo) va a pasar a la historia, es algo que jamás olvidaré, un personaje que cruzó por mi presente para grabarse en mi futuro, en el arcón de nuestras memorias y en estas pocas palabras.

miércoles, 15 de julio de 2009

Cuando mis manos te alcancen

Don Atilio se despierta despacio y casi en cámara lenta se sienta sobre un costado de la cama. Siente el frío de aquella mañana de invierno en Marco Juárez, que para suerte lo encuentra con su pijama largo.

Se calza sus viejas pantuflas y se dirige hacia el baño donde lava su cara y sus dientes, inmediatamente después se peina prolijamente.


Son las seis y media la mañana en aquel pueblo y Don Atilio entra en la gélida cocina. Mientras calienta el agua para tomar mate prende la radio, la misma que lo acompaña desde hace ya 25 años.


La espumante infusión reanima el cuerpo del anciano que mientras tanto escucha con atención las novedades radiales y las escolta con unos biscochos de grasa.

Al terminar el desayuno se dirige al cuarto donde se pone un pantalón de vestir, una camisa celeste intactamente planchada y unos mocasines bien lustrados, toma sus llaves, se pone un saco, su boina de la suerte y sale de su casa.


Caminando por la vereda se topa con varios vecinos y dueños de locales que lo saludan amablemente, hasta que se detiene en la proveeduría de Román.

Román es un hombre de unos 55 años que ha dedicado casi toda su vida a aquel almacén que su padre fundó junto con los orígenes del pueblo.

- ¿Cómo anda Don Atilio?

- Bien, acá andamos, tirando.

- Y si me imagino, ¿Vió que frío?

- Si, está fresco, pero unos buenos mates ayudan.

- ¡Claro que si! ¿Qué anda buscando?

- Dame un cuarto de pan, de esas flautitas y una leche.


Aquél hombre mayor sale de la proveeduría de Román con una bolsa en la mano y se dirige al centro del pueblo.

Antes de llegar a destino se detiene en lo de Marita, una señora regordeta que tiene un puesto de flores.

- ¡Hola Don Atilio! ¿Cómo está?

- Bien, bien, haciendo algunos mandados.

- Si, lo veo con la bolsita, ¿Se está cuidando del frío no? Mire que hay una peste dando vueltas.

- Por ahora vengo zafando, si me agarra después te cuento. ¿Cuánto cuesta ese ramito de ahí?

- Este cinco pesos y el de al lado siete.

- Bueno, dame el de cinco entonces.


Marita mira al anciano un instante y toma el ramo de siete pesos y le dice:

- Hagamos así, mire, le doy el de siete y se lo dejo a cinco, solo porque es usted.

Don Atilio saca de su bolsillo un viejo monedero de cuero marrón y junta algunos billetes y monedas alcanzando con esfuerzo los cinco pesos. Mientras tanto la voluptuosa y colorada mujer adorna el ramo con algunas cepas verdes y un gran moño rosado en el frente.

- Ahí tiene Don Atilio, espero verlo pronto, aunque sea para tomar unos mates.

- La semana que viene, si Dios quiere, vengo y jugamos a la canasta.

- ¡Le tomo la palabra!

El abuelo se retira con el paso lento que lo caracteriza, un poco más encorvado ya producto del cansancio que le generó caminar tantas cuadras.


Al llegar a la plaza del centro, se sienta en un banco para recuperar fuerzas al mismo tiempo toma un trozo de pan de su bolsa y comienza a arrojárselo a las palomas.

Desde lejos un hombre se acerca al octogenario con una gran sonrisa y exclama:

- Así me gusta, alimentando a las palomas que después me ensucian el auto…

Don Atilio levanta la vista y se encuentra con su viejo amigo Enrique, al cual le responde:

- ¡De qué auto me hablás si te sacaron el registro porque no ves ni a un toro a un metro!

- Bueno, me ensuciaban el auto.

- Además, ese auto no andaba ni para atrás ni para adelante, gracias que prendía la radio.

- No te metas con la bolita que bastantes viajes nos bancó.

- Si, tenés razón, si que lo anduvimos, pero hace tanto de eso Quique que ¡ni me acuerdo!

- ¿Y esas flores? ¿Son para ella?

- No, son para vos... ¡Claro que son para ella pescado!

- Seguís siendo el mismo personaje cascarrabias y divertido que cuando teníamos 12 años.

- Si pero ahora tengo más éxito con la mujeres.

- Claro, sobretodo si son doctoras o enfermeras, ¡tomatela! Bueno, te dejo porque me están esperando mis nietos, a la tarde paso por tu casa.

- Bueno, venite que vemos el partido.

Don Atilio se despide de su amigo de la infancia y retoma su caminata. Luego de dos cuadras atraviesa un enorme portón de rejas y saluda a un hombre que se encuentra cuidando la entrada.


Un largo sendero lo lleva hasta un parque, entrecierra lo ojos como intentando leer algo, niega con la cabeza y continúa caminando.

Luego de unos cuantos pasos finalmente el anciano se detiene, con mucho esfuerzo se agacha apoyando una rodilla en el suelo y deja las flores junto a una lápida.

- Feliz cumpleaños vieja. La verdad que se te anda extrañando.

El señor mayor hace una larga pausa, pasa su mano derecha por encima del nombre, se puede leer “Dolores Crespo de Benítez, esposa, madre y abuela”.

- Sé que no pudimos hacer nada, pero quería tenerte siempre conmigo. ¿Ahora qué hago? ¿Sabés que no encontré a nadie que haga esos ricos matecitos como los que me hacías a la mañana? ¿Te acordás? Esos que le ponías cáscara de naranja.


El abuelo nuevamente deja de hablar y con una mano desvanece una pequeña lágrima que acaricia su rostro. Se pone de pie y dice:

- Como vos nunca van a haber dos iguales. Espero verte pronto.

Gira para retornar a su casa, camina un paso pero se frena, nuevamente voltea y exclama:

- Solo quería que lo sepas.


Se marcha lentamente abatido por la caminata y por dejar a su mujer atrás.



Ya es de noche en Marco Juárez y Don Atilio acaba de terminar de comer una sopa de cabellos de Ángel. Está vestido con un Jean y una polera blanca de algodón.

Seca los platos y se dirige al baño donde se lava los dientes y se pone su pijama largo como todas las noches de invierno. Se acuesta y se queda dormido casi instantáneamente.



A la mañana siguiente una mujer lo despierta acariciándole el pecho:

- Atilio, despertate, vamos a tomar unos ricos mates a la cocina.

- Dolores ¿Que hacés acá?

- Nada, te despierto para que desayunes conmigo.

Atilio sin entender mucho se levanta de la cama y acomoda su pelo a la vez que camina atónito junto a su mujer.

- Tomá, te hice los que te gustan a vos.

- Que rico, con cáscaras de naranjas. Gracias, pero ¿Dónde estabas?

- ¿Yo? Me fui temprano a lo de Elisa para comprar unos biscochitos de grasa, recién sacados del horno estaban.

- Y… (piensa)…¿Yo qué hacía?

- Vos dormías como un tronco, parece que estabas cansado. ¿Soñaste algo?

- Si, soñé con vos, pero vos no estabas acá, estabas allá, y yo solo…no entiendo nada.

- Bueno, despreocupate, ya estoy acá y vos también.

Dolores abraza a Don Atilio que comienza a entender la situación. Éste la mira a los ojos y la besa suavemente, como el rocío que baña a la noche y le dice:

- No sabés negra lo que te extrañé, me alegra de que estés acá.

- Yo nunca me fui Atilio, siempre estuve acá, cuidándote, como te lo prometí cuando nos pusimos de novios.


Ambos abuelos se abrazan fuertemente.


Esa mañana sus familiares lo encontraron en su cama, con una gran sonrisa y un portarretrato con una foto de su mujer, Dolores, en el pecho. Esa misma mañana, fue cuando Atilio nos dejó para siempre.

lunes, 25 de mayo de 2009

Escarchada pasión

Terco camina de un lado al otro de su morada, tomándose la cabeza con sus grandes manos, frotándoselas por la cien como intentando sacarse una imagen o una idea de su mente.


Gruñe, golpea las paredes, algo lo atormenta pero no distingue bien qué es.

Aprieta sus filosos dientes, gruñe una vez más, sus enormes brazos se tensan.

No sabe si es su presente o su pasado lo que lo hostiga, toma una mesa y la demuele contra su cuerpo y esta vez la furia del estruendoso grito que lo sigue asusta a los animales del bosque que se alejan temerosos del castillo. En medio del monte solo quedan los paredones de piedra acompañados por una densa neblina que entorpece su visión del mundo desde las torres.


Se mira en el espejo y se reconoce, pero no del todo, o no tanto como se recuerda, qué cambió es la gran incógnita que le hace hervir su sangre, aquella que le quita el sueño. No le gusta su presente pero también reniega de su pasado, se encuentra en una dualidad que hace que pierda el control.


Se sienta en un viejo sillón, refunfuñando con su voz profunda y gruesa, tomando con cada mano un apoyabrazos. Trata de analizar con calma lo que sucede, pero el júbilo se apodera de él nuevamente y despedaza al mueble con un simple movimiento.

Los objetos son presa fácil para un monstruo de dos metros y medio de alto y de casi cuatro toneladas de peso, sólo aquél castillo corroído ofrece una contundente resistencia.


Se encuentra solo en el medio de la noche, como también así sucede durante el día y la tarde, sabe que su vida es un camino que solo él construye a cada paso, alejado de todo y de todos.

Se siente diferente, se piensa diferente, pero no encuentra una marca del pasado que le indique el por qué de su cambio. No es el primer monstruo de un bosque y de seguro tampoco será el último pero aquella soledad ahonda a su angustia.


Trata de convencerse pensando que las cosas por algo suceden, como si tuvieran un propósito al final del túnel que le de bienandanza y alegría, pero ha pasado un largo tiempo remojando sus lamentos en esta frase y ya ha perdido casi todo el valor.


Momentos de su juventud aparecen entrelazados con su consciencia, recuerda haber descendido de lo más alto del volcán buscando un refugio, buscando un lugar dónde descansar y alimentarse. Fue allí dónde encontró el castillo abandonado, fue allí dónde comenzó a crecer, a conocer la naturaleza que lo rodeaba, a descansar sobre las plantas del Pendurio y a pasar noches conversando con la luna. Pero nuevamente se entristece, frunce el seño y emite un alarido desgarrador como si quisiera alejar sus malos pensamientos.


Cae arrodillado al suelo haciendo temblar el bosque, con los brazos extendidos y sus manos abiertas tocando el oscuro y pedregoso suelo. Inclina la cabeza y cierra sus ojos, piensa en el dolor que le causa la vida, el estar solo y desconocerse a si mismo.


El único sentimiento que controla su vida es la ira, el tiempo solo lo endureció más y más e hizo que se convirtiera en un verdadero leviatán hostil. Creía que para no sufrir la soledad ni el rechazo que le causaba a los seres vivos debía eludir sus emociones y sus pasiones, pero lo que no daba cuenta era que solo ahogaba a su corazón.


De esta forma logró por un largo tiempo convencerse de estar “bien”, pero ¿Si solamente bien no alcanza? La realidad es que necesitaba estar espléndido para ser feliz.


Al entender esto eleva sus brazos y enseña un bramido seco y ensordecedor, más largo que los anteriores y más intenso que nunca. Vuelve a rendirse sobre el piso, sus manos están cerradas, como sus ojos y su alma.


Desde una esquina una comadreja impulsada por curiosidad y por saber de dónde provenían esos ruidos, entra en la habitación del monstruo y se posa sobre su brazo. Se sentía más pequeña que de costumbre, casi insignificante frente a aquél poderoso fenómeno.


El monstruo abre sus ojos y se encuentra con aquella comadreja que no le tiene miedo, que no escapa de él y que además le ofrece una demostración de cariño rozándole su suave y aterciopelado lomo por la mano. Aquél engendro se pone en pie tomando al animal con sus dos manos, con extremo cuidado, como una pieza de cristal. Lo mira con detenimiento y sonríe, se da cuenta de por más solo que esté en el mundo siempre va a haber alguien que quiera acompañarlo, que no le tema y que por sobretodo derribe las murallas que le impiden sentir, para así salvar a su viejo y asfixiado corazón.

lunes, 11 de mayo de 2009

El Poli-Ladrón

Después de varios años de reflexión acerca de mi vida entendí que muchas de las historias las cuales cargo en la memoria en su momento generaron algún sentimiento negativo, como decir, odio, angustia, temor, etcétera.
Pero también es verdad que al mirar estos episodios desde el ahora me surge alegría o emoción, entre otras.

Lo que les voy a contar sucedió hace algunos años, digamos tres. Habíamos organizado para ir a jugar al fútbol al Poli¸ ubicado en la calle Cramer al 3249 del barrio de Núñez.
Recuerdo que estaba mi hermano, Juan Pablo, Federico, Julián, el Conde y algunos misceláneos.
Federico fue el encargado de reservar la cancha y como llegó tarde nos dijimos a nosotros mismos “No sabemos cuánto es, Fede organizó todo”, así que comenzamos el partido pensando que una vez finalizado el encuentro abonaríamos lo pactado.

Luego de una hora y algunas monedas temporales más, decidí a causa de mi impaciente sed ir directamente al bar del recinto para comprar una Gatorade, mientras tanto, Juan Pablo, el Conde, Federico y Christian fueron a pagar.

Con mi botella en la mano y mi cuerpo un poco más calmo e hidratado me acerqué a la administración (una especie de pecera cuadrada gigante), pero al llegar noto que hay una especie de forcejeo verbal entre mis compañeros y el encargado del lugar.

A Federico, cuando llamó por teléfono, le dijeron que la cancha estaba $60 y el responsable del Poli decía, mostrándonos un folleto, que el costo era de $90.
Intentamos hacerle entender a este pobre diablo que a nosotros nos habían indicado que el valor era de $60 y que no nos importaba el papel que nos estaba mostrando, pero la postura “cocórea” (de cocorito) de este señor nos comenzó a impacientar.

Finalmente Federico recordó que una tal Natalia nos había dicho ese precio a lo que el encargado respondió “Es un error de Natalia yo no tengo nada que ver”.
La situación se ponía más y más tensa, sobretodo cuando nos quiso echar de la pecera.
En ese instante me acuerdo que Christian le dijo “A ver, intentalo”, ahí mismo el hombre retrocedió a protegerse tras el mostrador.

Decidimos salir de la administración para pensar qué era lo que debíamos hacer, cuando no sé porqué, si fue producto de nuestro inconsciente más violento o de un demonio que nos introdujo el tridente en el trasero, pero comenzamos a insultar al responsable del lugar, a lo que respondió, nuevamente con un tono corporal amenazador a salir de la pecera para pelear, pero Dios lo hizo entrar en razones y se dio cuenta de que con diez hombres embravecidos no era negocio optar por esa postura y con el rabo entre las patas, o el traste fruncido retomó el esquema del mostrador-escudo.

Mientras tanto, yo fuera de mi, llamé al 911 y ni bien me atendieron dije estas textuales palabras “Necesito que vengan a apresar ya mismo a…Cuál es su nombre?..Pedro Giardelli por no cumplir con la ley comercial número 19655 y realizar una actividad de estafa”.
No sé que fue lo que me llevó a decir esto, sobretodo cuando el número de ley era inventado pero confiaba en que la gente del 911 tenga menos idea que yo.

A los cinco minutos, siete como máximo, desde la puerta de la pecera veo que paran dos patrulleros, de los cuales bajan cuatro agentes de la policía, por lo que rápidamente atravesé el estacionamiento para captar su atención primero.
Mientras hacía esto logro entender quien está a cargo del “operativo” por lo que me dirijo directamente a él, leo su placa, le extiendo la mano y le digo “Cómo le va oficial Sánchez…Tomás Di Guardia, ex personal de la Armada”.

Mientras caminamos hacía la administración gano la confianza de Sánchez diciéndole “El encargado del recinto nos quiere cobrar un precio diferente al que acordamos en forma telefónica y como usted sabrá eso es ilegal de acuerdo a la ley comercial”, Sánchez solo asentía con la cabeza.

Llegamos a la pecera y Pedro Giardelli vestido con una fachada seria, casi elegante saluda a los oficiales que venían acompañándome desde la calle y comienza a explicarle lo que sucedía, una vez más mostrando el volante con los precios.

Sánchez se da cuenta de que el valor $60 si estaba en el panfleto pero correspondía a otro horario distinto al que concurrimos nosotros y dice “Acá dice 60 pesos, no podrá haber habido un error por parte de la chica que los atendió”, a lo que el encargado alegó “Si es un error, pero yo no tengo nada que ver, además ya pagaron, que vengan otro día y arreglen con Natalia”.

El mofletudo oficial respiró profundamente analizando la situación, pero Giardelli atacó de nuevo agregando “Además él – señalando a Federico – me dijo hijo de puta”.
Dramatizando, todos abrimos los ojos como si nunca hubiéramos usado una mala palabra en la vida y dijimos en conjunto “¿nosotros? Nooo, imposible”.
El encargado estaba furioso por nuestra respuesta pero Sánchez nos interrumpió diciendo “Gente, yo no creo que en una situación tensa ninguno haya dicho una grosería, pero eso lo vamos a ver después”.
Mientras tanto yo afirmaba lo que decía el policía con la cabeza como diciendo “por supuesto, es lo que yo pienso”.

El agente hizo una pausa como para meditar un poco más y preguntó “¿Usted es el encargado del lugar?”, a lo que Giardelli respondió "Si, soy el dueño”, “Perfecto” – dijo Sánchez – “Como usted es el responsable del lugar, también es responsable de las acciones de sus empleados, por lo tanto si hubo un error usted es quién debe hacerse cargo”. Creo que si lograba sonreír un poco más mi alma saldría por mi boca.

A todo esto, Giardelli sacó los $30 que habíamos pagado de más y me dijo “Tomá, está bien, yo me hago cargo” con un tono como si la ira estuviera hirviéndole la sangre. Sin dudarlo ni un instante le saqué la plata de la mano y le di el placer de conocer todos mis dientes.

Sánchez saluda a Giardelli, al resto de mis compañeros y finalmente se acerca a mi, le agradezco por su intervención a lo que el oficial responde con una guiñada de ojo.
Contentos comenzamos a retirarnos de la administración mientras que el encargado del lugar gritaba y decía pavadas como era de costumbre, yo mientras tanto río y trato de no escucharlo, pero una de esas oigo que me dice “Yo salgo a las 23, vení a esa hora si sos tan machito”, miro a los policías y lo señalo como haría Ñoño, faltaba “Míralo a él, míralo a él”.
Un instante después los agentes dejan el cuadrado de vidrio, yo giro vertiginosamente y tomo del brazo a Giardelli y le digo en voz baja, “Decí que hay cuatro canas acá, sino te arranco la cabeza”.

Al salir de ahí cada uno se subió a su coche y se marchó entendiendo que esta vez si habíamos salidos victoriosos contra la injusticia esperando contar con la misma suerte para los próximos Giardellis que se nos crucen en el camino.

domingo, 26 de abril de 2009

Rapónchigo

Había una vez un joven príncipe llamado Adam, muy apuesto, con un cuerpo atlético, una larga cabellera y una sonrisa encantadora.

El único problema con el que este viril muchacho contaba era que no podía ver. Había nacido ciego y jamás pudo notar siquiera el color de una flor o el rostro de su madre, razones por las cuales cargaba con una gran angustia.


A la temprana edad de 22 años, Adam recibió la visita de uno de sus sirvientes en su habitación. El paje, llamado Puls, le explicó que él conocía la historia de una bruja que vivía en tierras lejanas que de seguro podría curar su visión, lo que desconocía era el costo que podía llegar a representarle al joven príncipe.

A la mañana siguiente, sin pensarlo, Adam junto a Puls emprendieron viaje en busca de la solución del problema que lleva desde su nacimiento.


Cruzaron los siete mares, desiertos y densas selvas, se toparon con fuertes nevadas y furiosas lluvias, pero en ningún momento Adam dudó qué era lo que estaba haciendo.

Luego de dos años, una vez llegados a las tierras lejanas, se albergaron una noche para reponer fuerzas en un pueblo indígena que amablemente asistió a los extranjeros al entender la razón de su viaje. Esa misma noche Puls le dijo al príncipe: “Amo, no puedo seguir sus pasos, el miedo ató mis pies y mi corazón, no cuento con el valor para ver a aquella bruja a los ojos”

Adam comprendió el miedo de su sirviente y apoyándole una mano en el hombro exclamó: “Ya es suficiente camino recorrido mi leal Puls, no dejaré que luches contra ti mismo, disfruta, ahora eres un hombre libre y quizás el destino nos vuelva a cruzar y seamos amigos”. Adam se levantó de su cama y se alejó de la tienda dónde dormiría, miró al cielo y pronunció: “Borneo, estrella de los viajeros, ahora solo tú y yo continuaremos. Sé mis ojos, llévame hasta el castillo de la bruja”.

A la mañana siguiente, Adam le explicó a Puls que sólo viajaría de noche, porque tenía una compañera que disfrutaba de la ausencia del Astro Sol.


Llegado el atardecer, Adam despidió con un fuerte abrazo a Puls y comenzó a marchar hasta lo alto de una montaña, lugar donde se encontraba el castillo.

Una vez alcanzada la cima un gran paredón detuvo la marcha del príncipe, y como no encontraba una puerta comenzó a gritar: “¡Bruja!, ¡Bruja! ¡He venido a buscarte para que me des la posibilidad de ver!”

Una espesa niebla cubrió el lugar dejando y desde adentro una bruja muy flaca con una nariz muy larga y una sonrisa estremecedora apareció y dijo: “¿A qué has venido muchacho?”, a lo que el príncipe respondió: “He venido a buscarte, por que soy ciego y tu puedes darme visión”. La bruja lanzó una carcajada al cielo y exclamó: “¿Qué te hace pensar que lo haré?” Adam respondió: “Por que puedo pagarte, soy un príncipe de tierras lejanas y tengo mucho dinero, si quieres puedo darte tu peso en monedas de oro”.

La bruja rió una vez más y dijo: “¿Tanto deseas ver?, te costará muy caro”.

Adam, inquebrantable, expresó: “Te daré lo que tú quieras, pero por favor dame la facultad para apreciar la lluvia, el bello rostro de una mujer, la noche desintegrándose en el día”. “Está bien” – dijo la bruja – “Lo que yo quiero, esta bien”.


Con unos simples movimientos la bruja hizo que Adam se desmayara en el suelo por unos instantes. El apuesto príncipe al recobrar el conocimiento, tendido en el suelo, abrió los ojos y se encontró con miles de estrellas que iluminaban la densa noche, se puso de pié de un salto y gritó: “¡Fantástico! Ahora dime: ¿Cuánto dinero necesitarás?”

La bruja solo aclaró: “¿Para qué necesitaría una bruja tu dinero? A ti, lo que quiero es a ti”.El joven no tuvo más remedio que cumplir con el pacto acordado.


Algunos dicen que murió de tristeza, otros que la bruja le ha concedido la eternidad. Lo que se sabe es que el príncipe nunca regreso a su palacio y que por las noches cerca del castillo una sombra llora cerca de las columnas de la entrada pidiendo clemencia.


martes, 7 de abril de 2009

Incierta

Este texto es cortesía de nuestra queridísima Mariela y como se está por casar que mejor regalo que estar entre las hojas de Cabeza de Fósforo.

Aprovecho la ocasión para invitar a quienes quieran subir sus textos que lo hagan por mail a tomasdiguardia@gmail.com.

Nos estamos leyendo, saludos.




Incierto es el día en que amanece

Sus ojos despiertan de una noche fría

Respiras sin sentir la vida transcurrir

Levantas tus manos y sostienes un sueño

Sueño que vive en ti

Anhelas una vida distinta

Anhelas un sueño que no llega.

Lenta agonía de un sueño inconcluso

Deseo que se anida en tu alma,

El amor te abre las puertas.

No las cierres vuelve y mira

Hay algo dentro de ti.

Largas noches que lo sientes morir

Triste angustia de un sueño que respira por ti

Lágrimas que empañan el Alma de un sueño sin fin

Está en ti lo que anhelas

Vive libre en ti.

Vuela, canta y te susurra al oído

Estás viva y eres ese sueño que tanto

quieres.

Vida!! vive, sonríe!!!

Es incierto el día en que te harás realidad.

Es hoy el día de ver la vida brillar

Tus manos encierran lo que anhelas ver llegar

Está dentro de ti palpitando como un corazón

que late cada vez mas fuerte

Dale vida hoy, y verás ese sueño en ti

Permítele al amor entrar

Recorre, busca...y verás como florece el alma

Aprieta tus manos y déjate llevar

Está en ti la luz de ese incierto día

que ves hoy otra vez llegar