lunes, 11 de mayo de 2009

El Poli-Ladrón

Después de varios años de reflexión acerca de mi vida entendí que muchas de las historias las cuales cargo en la memoria en su momento generaron algún sentimiento negativo, como decir, odio, angustia, temor, etcétera.
Pero también es verdad que al mirar estos episodios desde el ahora me surge alegría o emoción, entre otras.

Lo que les voy a contar sucedió hace algunos años, digamos tres. Habíamos organizado para ir a jugar al fútbol al Poli¸ ubicado en la calle Cramer al 3249 del barrio de Núñez.
Recuerdo que estaba mi hermano, Juan Pablo, Federico, Julián, el Conde y algunos misceláneos.
Federico fue el encargado de reservar la cancha y como llegó tarde nos dijimos a nosotros mismos “No sabemos cuánto es, Fede organizó todo”, así que comenzamos el partido pensando que una vez finalizado el encuentro abonaríamos lo pactado.

Luego de una hora y algunas monedas temporales más, decidí a causa de mi impaciente sed ir directamente al bar del recinto para comprar una Gatorade, mientras tanto, Juan Pablo, el Conde, Federico y Christian fueron a pagar.

Con mi botella en la mano y mi cuerpo un poco más calmo e hidratado me acerqué a la administración (una especie de pecera cuadrada gigante), pero al llegar noto que hay una especie de forcejeo verbal entre mis compañeros y el encargado del lugar.

A Federico, cuando llamó por teléfono, le dijeron que la cancha estaba $60 y el responsable del Poli decía, mostrándonos un folleto, que el costo era de $90.
Intentamos hacerle entender a este pobre diablo que a nosotros nos habían indicado que el valor era de $60 y que no nos importaba el papel que nos estaba mostrando, pero la postura “cocórea” (de cocorito) de este señor nos comenzó a impacientar.

Finalmente Federico recordó que una tal Natalia nos había dicho ese precio a lo que el encargado respondió “Es un error de Natalia yo no tengo nada que ver”.
La situación se ponía más y más tensa, sobretodo cuando nos quiso echar de la pecera.
En ese instante me acuerdo que Christian le dijo “A ver, intentalo”, ahí mismo el hombre retrocedió a protegerse tras el mostrador.

Decidimos salir de la administración para pensar qué era lo que debíamos hacer, cuando no sé porqué, si fue producto de nuestro inconsciente más violento o de un demonio que nos introdujo el tridente en el trasero, pero comenzamos a insultar al responsable del lugar, a lo que respondió, nuevamente con un tono corporal amenazador a salir de la pecera para pelear, pero Dios lo hizo entrar en razones y se dio cuenta de que con diez hombres embravecidos no era negocio optar por esa postura y con el rabo entre las patas, o el traste fruncido retomó el esquema del mostrador-escudo.

Mientras tanto, yo fuera de mi, llamé al 911 y ni bien me atendieron dije estas textuales palabras “Necesito que vengan a apresar ya mismo a…Cuál es su nombre?..Pedro Giardelli por no cumplir con la ley comercial número 19655 y realizar una actividad de estafa”.
No sé que fue lo que me llevó a decir esto, sobretodo cuando el número de ley era inventado pero confiaba en que la gente del 911 tenga menos idea que yo.

A los cinco minutos, siete como máximo, desde la puerta de la pecera veo que paran dos patrulleros, de los cuales bajan cuatro agentes de la policía, por lo que rápidamente atravesé el estacionamiento para captar su atención primero.
Mientras hacía esto logro entender quien está a cargo del “operativo” por lo que me dirijo directamente a él, leo su placa, le extiendo la mano y le digo “Cómo le va oficial Sánchez…Tomás Di Guardia, ex personal de la Armada”.

Mientras caminamos hacía la administración gano la confianza de Sánchez diciéndole “El encargado del recinto nos quiere cobrar un precio diferente al que acordamos en forma telefónica y como usted sabrá eso es ilegal de acuerdo a la ley comercial”, Sánchez solo asentía con la cabeza.

Llegamos a la pecera y Pedro Giardelli vestido con una fachada seria, casi elegante saluda a los oficiales que venían acompañándome desde la calle y comienza a explicarle lo que sucedía, una vez más mostrando el volante con los precios.

Sánchez se da cuenta de que el valor $60 si estaba en el panfleto pero correspondía a otro horario distinto al que concurrimos nosotros y dice “Acá dice 60 pesos, no podrá haber habido un error por parte de la chica que los atendió”, a lo que el encargado alegó “Si es un error, pero yo no tengo nada que ver, además ya pagaron, que vengan otro día y arreglen con Natalia”.

El mofletudo oficial respiró profundamente analizando la situación, pero Giardelli atacó de nuevo agregando “Además él – señalando a Federico – me dijo hijo de puta”.
Dramatizando, todos abrimos los ojos como si nunca hubiéramos usado una mala palabra en la vida y dijimos en conjunto “¿nosotros? Nooo, imposible”.
El encargado estaba furioso por nuestra respuesta pero Sánchez nos interrumpió diciendo “Gente, yo no creo que en una situación tensa ninguno haya dicho una grosería, pero eso lo vamos a ver después”.
Mientras tanto yo afirmaba lo que decía el policía con la cabeza como diciendo “por supuesto, es lo que yo pienso”.

El agente hizo una pausa como para meditar un poco más y preguntó “¿Usted es el encargado del lugar?”, a lo que Giardelli respondió "Si, soy el dueño”, “Perfecto” – dijo Sánchez – “Como usted es el responsable del lugar, también es responsable de las acciones de sus empleados, por lo tanto si hubo un error usted es quién debe hacerse cargo”. Creo que si lograba sonreír un poco más mi alma saldría por mi boca.

A todo esto, Giardelli sacó los $30 que habíamos pagado de más y me dijo “Tomá, está bien, yo me hago cargo” con un tono como si la ira estuviera hirviéndole la sangre. Sin dudarlo ni un instante le saqué la plata de la mano y le di el placer de conocer todos mis dientes.

Sánchez saluda a Giardelli, al resto de mis compañeros y finalmente se acerca a mi, le agradezco por su intervención a lo que el oficial responde con una guiñada de ojo.
Contentos comenzamos a retirarnos de la administración mientras que el encargado del lugar gritaba y decía pavadas como era de costumbre, yo mientras tanto río y trato de no escucharlo, pero una de esas oigo que me dice “Yo salgo a las 23, vení a esa hora si sos tan machito”, miro a los policías y lo señalo como haría Ñoño, faltaba “Míralo a él, míralo a él”.
Un instante después los agentes dejan el cuadrado de vidrio, yo giro vertiginosamente y tomo del brazo a Giardelli y le digo en voz baja, “Decí que hay cuatro canas acá, sino te arranco la cabeza”.

Al salir de ahí cada uno se subió a su coche y se marchó entendiendo que esta vez si habíamos salidos victoriosos contra la injusticia esperando contar con la misma suerte para los próximos Giardellis que se nos crucen en el camino.

1 comentario:

letors dijo...

Como diría Jacobo W. "...hijo de puma de Bengala !..."

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