jueves, 24 de junio de 2010

El día que Camilo venció al desierto de su corazón

Si te anclaran las alas, en el muelle del viento
Yo te espero un segundo en la orilla del tiempo
Llegarás cuando vayas más allá del intento
Llegaremos a tiempo.

- Rosana-


Camilo mira por la ventana del micro que lo aleja de aquél pueblo. Los árboles, la tierra y los pastizales lo saludan, le extienden la mano esperando, quizás, decirle “Ojalá te veamos pronto”. Sus ojos se entrecierran, como quitando la posibilidad a que algunas lágrimas se escapen. Se pasa la mano por la cara, trata de cambiar su rostro, su vida y de calmar su angustia.


El atardecer impacta en el ómnibus torneando de color anaranjado todo su interior. Es el sol que intenta dar cuenta de lo que siente Camilo, o al menos, de darle a entender qué está haciendo y de qué se aleja.

De pronto se siente un temblor y el micro se detiene al costado de la deteriorada ruta. El chofer se baja, se toma con las dos manos la cabeza y le indica a los pasajeros “Señores, acabamos de pinchar una cubierta y no tengo rueda de auxilio, por lo tanto, vamos a tener que esperar que venga el remolque”.

“Lo que me faltaba”, expresa Camilo y con resignación se baja del vehículo, se recuesta en el tupido pasto que lo abraza, como a modo de reconciliación.


Se queda contemplando el cielo hasta que se reincorpora y observa el camino, el campo y se deja llevar por aquella fresca brisa que lo acaricia.

Uno de los pasajeros, un viejito que camina con mucho esfuerzo ayudado por un bastón, se desploma en el piso al lado de Camilo y le dice: “Sé que es un pasaje económico, pero me esperaba que el micro por lo menos se mueva”.

- Si, me imagino, yo no sé si quería que se mueva.

- ¿No? ¿Vos pagás para que te dejen tirado en la ruta? De haberlo sabido no vendía el auto.

Camilo ríe y le agradece extendiéndole la mano al mismo tiempo que dice: “Necesitaba reír, gracias. Camilo, mucho gusto y ¿Usted?”

- Atilio. ¿Por qué te vas del pueblo? ¿Para trabajar o estudiar?

- La verdad que no sé todavía. No sé si hago bien.

- No te veo muy convencido

- No, no lo estoy, es verdad.

- ¿Y qué hacés acá? ¡Tomatela!

- Claro, usted lo hace tan fácil, no sabe nada.

- Es probable que no sepa nada, pero tengo muchísimos más años que vos y aprendí de viejo que uno tiene que hacer lo que quiere. Si tenés dudas con respecto de algo es por que tu corazón te está frenando y tu mente, obstinada, no deja que sientas.


Camilo prende un cigarrillo e intenta combatir con su corazón a su consciente. Piensa mientras observa la ruta. Sus ojos color miel se tiñen de lágrimas, aprieta los dientes y sigue pensando, sigue luchando contra él mismo.

Se para enérgicamente y como si hubiera visto su destino, coloca su mochila en la espalda, agradece el consejo al anciano y comienza a correr en el sentido contrario al del micro. Se mueve rápido en aquella ruta desértica y despoblada. Su sonrisa comienza a pintarse en el rostro.


No se cansa, una energía interna lo moviliza. El sol lo acompaña, ilumina el horizonte y entibia su recorrido. Con poco esfuerzo se quita el buzo y lo arroja al camino. Cada paso le hace dar cuenta de que no todo está perdido, que sus heridas son superficiales y que su corazón está intacto. Arremanga su camisa a cuadros y abre algunos de los botones de arriba, sintiendo como el viento lo atraviesa. Extiende los brazos y eleva una mirada al cielo, lo disfruta, se lo ve muy contento.


Camilo recorre casi cinco kilómetros a pie hasta que llega a la estación de micro de aquél diminuto pueblo casi olvidado por la civilización.

Se detiene en el hall central y comienza a observar, parece que busca a alguien. En uno de los bancos de la estación se encuentra sentada una chica de pelo castaño con un vestido blanco de botones rojos. Se ve que estuvo llorando, su cara porta mucha tristeza, su cuerpo parece no estar ahí. De pronto gira su cabeza y observa a Camilo firme a unos metros delante de ella. Se para y no puede entender que es lo que está viendo. Camilo arroja su mochila al suelo y corre a abrazar a la joven.


Ambos se encuentran en un abrazo eterno, que funden con un beso repleto de amor, de pasión y de alegría.

Detrás de la pareja, vestido con un impecable traje blanco, se lo ve a Atilio sonreír que asiente con la cabeza y se marcha de la estación haciendo girar su bastón.