miércoles, 11 de mayo de 2011

Rescate en el Centro Matienzo

La historia que voy a contar ocurrió hace ya algunos años. Para preservar la identidad de las personas, no utilizaré los nombres reales.

Transcurriendo el ‘96 Nicolás estaba sentado en el aula doce esperando a que llegara el docente de una materia de su carrera de abogacía. Dibuja sobre un trozo de papel que encontró en el suelo, al parecer su mano y su mente están desconectadas, no sabe qué dibuja, una especie de reloj de arena y al lado un remolino intensamente negro que está marcado bordeando al reloj.

De pronto una joven ingresa por la puerta, una joven a la cual Nicolás no puede quitarle la mirada de encima. Es una chica de unos 24 años, como él, morocha, y está vestida con un jean, remera negra con las mangas sueltas y unas sandalias de cuero que abrazan sus pies. Carga algunos libros y un cuaderno consigo que tiene con su antebrazo izquierdo. Nicolás la mira como si estuviera por sacarle una fotografía, como si no quisiera olvidarse nunca de ella. La chica se sienta del otro lado del curso, a la misma altura que su anticipado admirador pero no repara en él.

En ese momento ingresa el docente a la clase y comienza a hablar sobre el tema del día. El profesor les habla a todos, pero solo uno no está atento y ese es Nicolás, que solo puede pensar en aquella joven y del modo al que incurrirá para acercase a ella, para iniciar una conversación.
La clase termina y la joven se levanta y dado que está más cerca de la puerta se retira antes sin que Nicolás pueda emitir sonido alguno, por lo que durante una semana el muchacho luchó enérgicamente contra su ansiedad.

A la semana siguiente está atento en la puerta del curso, mirando para ambos lados del pasillo para ver si llega ella. La clase comienza y todavía no ha aparecido. Nicolás pasa algunos minutos afuera hasta que se desanima porque entiende la posibilidad de que ese día no vaya a cursar, pero una duda revolotea en su cabeza, y a su vez lo aturde, ¿Y si dejó la materia? No la vería nunca más, ¿Cómo haría para volver a encontrarla si ni siquiera conocía su nombre?
Abatido ingresa al curso y se sienta sin hacer mucho ruido para no interrumpir la clase, saca su cuaderno y se le cae el papel donde había dibujado esa especie de reloj de arena o figura similar. La toma del suelo, la mira intentando entender qué había dibujado, pero como no tiene éxito lo guarda en la mochila. En ese preciso instante ella ingresa y como si algo la guiase se sienta al lado de Nicolás que la estaba mirando atónitamente. La joven da cuenta de su compañero y le esboza una simple pero cálida sonrisa.

Pasa aproximadamente una hora y media hasta que la clase termina. Nicolás había gastado una gran parte de ella en pensar cómo le iba a hablar, y por sobretodo qué le iba a decir, tenía que tratarse de un argumento suficientemente consistente para entablar una conversación y que no acabe en un simple sí o un no por parte de ella.
Mientras guarda cada uno sus cosas, él toma valor y le dice “¿Te hago una consulta? ¿Sabés cuando es el parcial? Porque estoy medio perdido. La joven lo mira y nuevamente con esa sonrisa que lo deshace lentamente le dice:
- “Si, es el 23, igual no te preocupes porque yo también estoy medio perdida”.
- “Bueno me alegra no estar solo en esto. ¿Cómo es tu nombre?”
- Daniela, ¿El tuyo?
- Nicolás. ¿Te estás yendo? Yo tengo que hacer tiempo para entrar a otra materia, si querés nos tomamos un café en la esquina y nos seguimos amargando por como venimos con esta materia.
- Bueno dale, me va a venir bien despejarme un poco.

Nicolás no tenía que cursar otra materia, de hecho disfrutaba salir disparado de la facultad para llegar a su casa y ponerse cómodo, pero esta vez la situación ameritaba.

Ya en el bar Daniela le cuenta de su vida a Nicolás, como que no era de Capital Federal, que vivía sola, que le gusta escribir y tomar mate en sus ratos libres. La conexión fue inmediata entre ambos y lo sabían. Luego de tres horas hablando el muchacho le pregunta a la chica que si quiere que la acompañe a su casa, momento en cual ella le pregunta:
- ¿Pero no vas a ir a cursar?
- No, no voy. Bueno, la verdad es así, no tengo que cursar, pero como quería invitarte a tomar un café me salió decir eso.

Ambos jóvenes sonrieron y se fueron caminando hasta el auto de Nicolás, quien con extremo júbilo llevó a Daniela a la casa. Una vez arribados, siguieron charlando un tiempo más dentro del vehículo, hasta que el muchacho se acercó a ella y tiernamente le entregó un beso. Aquel beso que había pensado, aquel beso que estaba dispuesto a conseguir al más alto precio.

La relación tomo una forma más intensa, y ambos jóvenes se empezaron a ver más seguido, salían juntos, compartían tardes enteras tomando mate en una plaza, hablando de la vida, de uno y del otro. Pasaron algunos meses hasta que un día ella lo llamó a Nicolás por teléfono y le dijo que no quería estar más con él, que tenía otras cosas en la cabeza y que no podía ocuparse teniendo una relación.

Nicolás sin entender mucho y sin poder hacer mucho, aceptó la triste realidad y quedó completamente dolido. Al principio trataba de pensar en qué había fallado, pero con el correr del tiempo se dio cuenta de que el problema estaba en ella y no en él.

Pasaron tres años hasta que el destino los volvió a cruzar en un pasillo de la facultad, comenzaron a charlar pero Nicolás notó algo distinto en ella, como si su alma se hubiera apagado, como si su corazón hubiera dicho basta. Daniela había perdido la sonrisa, aquella que la primera vez había derretido a Nicolás. Su mirada se notaba triste, como si algo la invadiese por dentro. La conversación no se extendió más, ella no tenía predisposición para hablar y al notar esto Nicolás la dejo ir.

Esa misma noche, mientras el joven dormía, sintió como si haz de luz pasara por delante de sus ojos. Se levantó rápidamente de la cama, miró para ambos costados y pensó que había sido simplemente un sueño. Se acostó nuevamente y cuando cerró los ojos, sintió nuevamente aquél destello de luz que lo iluminaba e instantáneamente se sintió sumergido en una calidez que relajaba su cuerpo. En su mente fugazmente pasaron imágenes de su infancia, de su familia, como si su memoria estuviera proyectando un film sobre su vida y sus vivencias, hasta que de pronto, una sola imagen ocupó toda su atención. Una imagen que permaneció durante diez segundos inmóvil, era Daniela sonriendo.
Nicolás entendió que era por ella por quien debía bregar, era a aquella Daniela a la que tenía que traer nuevamente, y librar de la oscuridad que la rodeaba.

Al día siguiente, el muchacho se acercó hasta la parroquia donde había tomado la primera comunión y hablo con el padre Juan Ignacio, conocido en el barrio por su estrecho contacto con el más allá. Nicolás le contó con detalle la serie de sensaciones que había tenido la noche anterior a lo que el cura indicó:
- Mirá Nico, por lo que me estás contando alguien quiere darte una mano, quiere abrirte los ojos, y al parecer es en esta chica en quien tenés que enfocarte.
- Es muy raro, porque a Daniela hace como tres o cuatro años que no la veía, pero justo anoche…
- No, no es raro si justo la viste ese día, ¿Hablaste?
- Si, un poco pero estaba re distinta, re apagada, como si le hubieran desenchufado los sentimientos.
- Tenés una foto de ella?
- Me da un poco de vergüenza pero si, cuando nos conocimos me regaló una foto cuatro por cuatro que jamás saqué de la billetera, tome.

El padre al tomar la foto cierra los ojos con fuerza y se toma la cabeza con una mano.
- ¿Qué pasa? ¿Se siente bien?
- Tenemos que ayudarla Nico, por favor, el viernes andá a esta dirección a las siete de la tarde, me tengo que ir.
El cura anota una dirección en un pequeño papel y se retira de la habitación velozmente. Nicolás se queda sin entender mucho y con más preguntas que antes.

Llegado el viernes Nicolás está parado frente a la puerta del Centro Cultural Matienzo, ubicado en la calle que lleva el mismo nombre. Duda por un momento en entrar hasta que toma coraje e ingresa. Dentro lo esperaba el padre Juan Ignacio y cinco personas más.
El cura lo toma del brazo al muchacho y le dice:
- Hola Nico, pasá que no tenemos tiempo, te presento a cinco de los mejores investigadores místicos y religiosos de la Argentina, los señores Rapetti, Castro, Usingui, Mendoza y Padruig. Estuvimos hablando al respecto y creemos que Daniela necesita tu ayuda inmediata.
- Pero explíqueme, ¿Qué tiene?
- Una fuerza oscura se apoderó de ella, no sabemos si es maligna, pero sí que le está eclipsando el corazón y la está apagando por dentro. Si sigue así va a perder el juicio, el sentido de la realidad.
- Bueno ¿Y qué tengo que hacer?
- No podemos solos Nico, vamos a tener que pedirle ayuda a quién te visitó la otra noche.

Entre todos comenzaron a cerrar las persianas, a prender velas y a sentarse frente a una mesa redonda tomados de la mano. El señor Rapetti tomó el mando de la situación:
- Ser de luz necesitamos que te hagas presente, que nos des una señal de que estás con nosotros. Una persona allegada a nosotros ha sido invadida por la oscuridad y necesitamos de tu ayuda para rescatarla.
Pasaron aproximadamente veinte minutos y dieron terminada la reunión por falta de éxito. Igualmente siguieron juntándose tres veces por semana durante un mes, en lo que más tarde fue llamado como el caso Matienzo.

Cada reunión fue más intensa, al principio terminaban muy cansandos y extremadamente sedientos hasta que en la última, Nicolás se cayó al suelo y quedo al menos cinco minutos inconsciente con los ojos desorbitados.

Luego de mucho insistir por parte de los cinco integrantes que rodeaban al joven, lograron incorporarlo y sentarlo en una silla.
- Nico, ¿Me escuchás? ¿Estás bien? ¿Qué te pasó?, preguntó el padre Juan Ignacio.
- Estoy bien, no sé que me pasó, estaba el señor Rapetti hablando cuando de pronto sentí que una luz muy fuerte me encandilaba y no me dejaba ver, y después me desperté en el piso.
- ¿Y qué sentís? Cuestionó el doctor Usingui.
- Sé que tengo que volver a encontrarme con Daniela.
- ¿Tenés forma de contactarla? Preguntó el cura.
- Eso espero, tengo el teléfono de la casa, espero que no se haya mudado.

Nicolás toma un teléfono que estaba sobre una mesita diminuta olvidada en un rincón del salón. Piensa el número y marca. Una voz de mujer contesta el teléfono.
- ¿Hola?
- Hola, soy Nicolás, ¿Cómo estás?
- ¿Nicolás? ¿Con quién querés hablar?
- Perdón, ¿No es la casa de Daniela?
- No, acá no.
- Ah, perdone, se ve que tengo mal el número.
- No está bien, Daniela no vive más acá, soy la hermana.
- Ah mucho gusto, yo soy un amigo de hace mucho tiempo y tenía este teléfono, ¿Me podés dar un número donde ubicarla?

Nicolás anota en un bloc de notas que se encuentra al lado del teléfono y corta. Disca nuevamente y se comunica con Daniela, le indica que es importantísimo que se vean y que le pase la dirección en donde ella vive que él pasaba de inmediato.
El joven cuelga el teléfono, respira profundo y va a prepararse al baño. Mientras tanto el resto de los presentes se miran sin deducir que era lo que estaba sucediendo. Nicolás retorna al salón esta vez con el pelo mojado y peinado y comenta que se está yendo a encontrarse con Daniela. El padre Juan Ignacio se para frente al muchacho y reza una pequeña plegaria, cuando termina realiza la señal de la cruz.

Cuarenta minutos después, Daniela está en la puerta de su casa, cuando ve acercarse a Nicolás con una gran sonrisa. Ella lo saluda fríamente sin esbozar gesto alguno. El joven sin mediar alguna palabra más posa su mano en donde se sitúa el corazón de la mujer y le dice:
- Estoy acá para que vuelvas a ser vos, esa chica que me hizo perder el sueño, esa de la cual me enamoré.
De pronto, Daniela empieza a temblar y una luz imperiosamente blanca brota de su cuerpo, una luz enceguecedora, que hace que Nicolás retire su mano del pecho de la joven para taparse los ojos.

Unos instantes después la luz se desvanece y con los ojos entrecerrados el muchacho observa que Daniela se encuentra tendida en el piso inconsciente. La reanima tomándola de los hombros. Ella abre los ojos y se encuentra con Nicolás que tiene los ojos llorosos por el momento increíble que está viviendo, le sonríe dulcemente y le dice: “Gracias Nico”.

El joven le da un pequeño beso, como concluyendo con el trabajo realizado. En ese mismo momento, de su mochila cae el dibujo que había realizado hace varios años atrás, lo toma y lo observa detenidamente, pero se da cuenta de que siempre lo había estado mirando al revés, lo voltea y lo que parecía una especie de reloj de arena era la figura de una mujer que estaba por ser atormentada por una masa oscura y triste. Una pequeña lágrima transita la mejilla de Nicolás.

Ambos jóvenes se sonríen, quedan sentados mirándose en la vereda.