lunes, 26 de diciembre de 2011

Rumbos

Rumbos

No me puedo dormir. Prendo la tele todo me parece aburrido. Me levanto de la cama, camino hasta la cocina y tomo Coca del pico, así como me gusta.

Voy al baño, y cuando salgo Malvina me está mirando, como si tratase de entender qué pasa por mi cabeza, lo que ella no sabe, o no comprende, es que no sé porque me está costando dormir, ayer me dormí como a las cuatro de la mañana, hoy ya son las dos y estoy acá escribiendo, tratando de dejar el insomnio y mis pensamientos atrás. No pienso en nada particular, simplemente pienso, como así ahora simplemente escribo, intentando dejarme ir.

Y eso hago, me fui.

Me puse una remera y salir a caminar, la noche está desolada y bañada en una nube de plata, vaporosa. Camino por Virrey Arredondo hasta la plaza que está sobre Álvarez Thomas. Intenté ingresar pero la plaza estaba cerrada, por lo que seguí caminando hasta la esquina. Allí, sentada en el cordón de aquella oscura y desolada vereda, me encontré con una mujer de unos 55 a 65 años, de cabello oscuro y prolijamente recogido, con un vestido gris con ciertos tonos, en retazos, de negro que me miró y me sonrió. Al principio pensé que era una prostituta en busca de acción, pero me di cuenta de que estaba descalza, escena por la cual mi noche comenzaba a complejizarse.

La mujer miró sus pies desnudos y se rió con una pequeña carcajada, casi como si la estuviera conteniendo. Le pregunté, por qué no llevaba puesto nada en los pies a lo que me dijo:

- Es mi mejor forma de estar conectada

- Conectada ¿Con qué? – Pregunté inmediatamente

- Conectada con el suelo, con la tierra, con todo lo que nos rodea

- Y… ¿Para qué necesita eso? – Indagué pensando que se trataba de una pobre mujer que deliraba por las noches

- Para sentirme bien, así me siento feliz, me recuerdan que mi vida va más allá de éste mundo que nos tocó. ¿Nunca pasaste una noche entera a la intemperie? – Me consultó la mujer mientras señalaba con su mano formando un abanico el cielo.

- Si una vez y hace mucho de eso, casi tanto que no me acuerdo.

- Mirá, acostaste así (la mujer se acostó en la vereda). Tranquilo, no pasa nada, con lo grandote que sos no vas a tener miedo de esta vieja.

Me acosté a un metro y medio de la mujer, no podía razonar si la señora descalzada estaba realmente loca o quizás realmente convencida.

- ¿Y?, ¿No sentís nada? Hacé de cuenta que esa luz de ahí no está, que los autos que pasan no hacen ruido. Sentí el suelo como te abraza, es la naturaleza la que te está hablando, susurrándote al oído, algo como “hola, acá estoy, no te olvides de que existo”

Realmente no sentía nada, pero la convicción con la que hablaba esta mujer y una gran intriga me empujaron a avanzar con la conversación.

- No siento mucho – Dije casi en una voz apagada – Lo que me asombra es la cantidad de estrellas que se ven desde acá

- ¡Eso!! Ya va queriendo, ¿Ves? Esta zona no tiene nada distinto, nada en particular, sos vos el que se está abriendo, el que está quitándose la venda de los ojos. Mirá para allá – me dijo señalando con el dedo hacia una esquina del cielo que estábamos viendo. ¿No encontrás nada?

- A ver – comenté entrecerrando los ojos – veo estrellas, más estrellas, no, no veo nada loco, digamos

Ni bien terminé de decir esa frase vi una pequeña estrella que titilaba más intenso que el resto. Una luz que cambiaba de blanco a rojo, me costaba de alguna manera hacer foco, ya que la estrella perdía su intensidad, o quizás yo era el que perdía intensidad.

- ¿Sabe que veo una estrella que cambia de color? Pero la pierdo de vista, como si de a ratos se apagara.

- Así me gusta, terminaste siendo un chico más despierto de lo que parecés, digo, sin ofender. Lo importante es que puedas ver más allá, no todo es tan material como uno lo siente, lo percibe. Hay una infinidad de elementos, de cosas, que uno se pierde por estar embobado en el día a día, te lo digo yo que fui durante 30 años escribana, con papeles de acá para allá, con firmas, con contratos. Un día me desperté y no podía escuchar nada de un oído, imagínate, me asusté a más no poder. Fui a varios doctores y no me encontraron nada, se llenaban la boca con charlatanería de cuarta, que podía ser estrés, un virus o simplemente la muerte súbita de mi oído.

Cansada de todo, ¡Y de todo en serio! Me fui al cerro Cruz de Caña en Mendoza…

Interrumpí vertiginosamente el relato de la mujer y dije: ¿Mendoza? Justo este año tengo planeado irme de vacaciones con un amigo ahí.

- ¡Muy bien! ¡Te va a encantar! A mí me llevó mi hijo, que le gusta subir a toda montaña, cerro, que se le cruce. Bueno, resulta que subimos al cerro, yo estaba abatida por tanto ejercicio, pero con varias paradas llegamos a una especie de planicie en el medio del cerro. Un recoveco que nos refugiaba del viento gélido que por ahí soplaba. Nos quedamos un largo rato, retomando fuerzas, en silencio, contemplando todo el paraíso que nos rodeaba. Tuve la sensación casi natural de recostarme, así como estamos vos y yo. Cerré los ojos y empecé a sentir los ruidos que hacía el viento, el rodar de la nieve, sentí un fuerte temblor en mi pecho hasta que una piedrita que se ve que se deslizó de alguna parte, cayó justo encima de mi cabeza. De un sobresalto me levanté, entre asustada y emocionada. Ahí mismo se entrelazaron en una fábula todos aquellos sonidos que yo estaba escuchando con lo que estaba observando. Era algo mágico, pude ver cada detalle, cada cristal de la nieve, como la arenilla se deslizaba sobre mis manos. De pronto, todo se iluminó para mí, estaba realmente conectada con la naturaleza, tan conectada que no me había dado cuenta de que estaba escuchando con los dos oídos. Si, ¡Con los dos!

A esta altura, sentí que aquella señora me estaba ofreciendo una muy buena historia de ciencia ficción, con una parte dramatizada desde la vereda de una plaza de la Capital. Yo solo asentí con la cabeza. Me levanté muy despacio, y le dije:

- Gracias por la charla, fue un tanto extraña para estas horas de la noche, pero de seguro de algo me servirá – Hice una pausa, extendí mi mano y continué – Por cierto, Tomás, un gusto.

La mujer se incorporó y expresó: Ah, Tomás! Flora, el gusto es mío.

Nos estrechamos las manos, nos sonreímos y yo volví caminando nuevamente hasta mi casa.

Llegué un tanto asombrado por la extraña vivencia que había transcurrido en aquella plaza. Fiel a mi instinto, comencé a investigar un poco sobre el cerro Cruz de Caña, la ubicación, cómo llegar, etc. sobre todo para tratar de averiguar si Flora estaba diciendo la verdad y si realmente existía tal cerro, hasta que me detuve a leer una nota sobre Mendoza en general, donde un joven dejó el siguiente comentario, el cual me motivo. Siendo las tres y media de la mañana, a escribir todo este relato:

Nos encantó el cerro! Nos quedamos con mis amigos una noche en carpa, fue sorprendente, a pesar de que hacía mucho frío, vimos bajar desde lo más alto una mujer, que se nos presentó como Flora, charlamos un largo rato de cualquier cosa, cualquier tema. Era una mujer muy cálida, nos transmitió mucha serenidad. De pronto se paró, se despidió y comenzó a caminar hasta que se perdió en la noche. Al otro día un guardaparque nos contó que hace más de 50 años, una mujer escalando con su hijo murió a causa de una avalancha. La misma se llamaba Flora Santenci, y muchos vecinos del lugar afirman que hoy siguen viéndola caminando por el cerro y celando por hábitat que los rodea…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me siento un poco ingenua por esta pregunta y hasta me da un poco de verguenza preguntar, pero..de verdad te paso esto??se me puso la piel de gallina...a veces suceden las cosas que menos pensamos, y todo es por algo...

Anónimo dijo...

Me encanta como escribis.

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